miércoles, 31 de diciembre de 2008

Summa de-(v/b)ida

Lo que se rompió ya no es posible arreglarlo; las piezas muestran códigos discretos y perturbados de la summa de-(v/b)ida. Desprenderse de ellos genera un vacío y un principio para ser llenados con elementos que ahora se develan. Se recupera la sorpresa y súbitamente surge la sonrisa íntima al conocer lo que por fin se reconoce y hace colapsar los prejuicios; los hombros dejan de pesar tanto. Un pie y después el otro y así cada vez, en nueva secuencia. Atrás, lo que fue, se encuentra en donde recordar sólo significa volver al corazón.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Berlín

No vi el muro, sin embargo percibí la llaga que no ha cauterizado aún, el vacío entre un parque y una puerta. No sé si realmente estemos aprendiendo a unirnos o lo único que hacemos es utilizar recursos más sutiles de aislamiento. Lo explícito no está de moda, no está permitido; la censura está censurada.

Vi Berlín desde las alturas Oeste y Este y Ese y Todos y sólo un Berlín, para sí, para mí.

lunes, 27 de octubre de 2008

Alitalia

Corremos en el aeropuerto buscando dónde está la sala de espera de Alitalia. Sabemos que se hace tarde y que el vuelo está próximo a partir. Llevo un grueso portafolio Samsonite azul, en el que guardo papeles y algunas prendas. El ambiente está oscurecido por la escasa luz eléctrica y el cielo gris; observo los ventanales y pienso que lloverá o que tal vez sea simplemente la nata de smog. Por los colores café oscuro y crema con los que está pintado, el lugar parece terminal de autobuses de los años sesenta. Al correr por los pasillos preguntamos de manera estéril a dónde ir; por fin alguien nos da información y nos dirigimos directamente al lugar de la salida. Voy con el boleto en la mano y abrazando el portafolio; me siento muy agitado. Llegamos a una fila donde un montón de gente está inquieta y desesperada. No sucede nada, el corazón lo tengo acelerado y a cada instante veo mi reloj; siento angustia por la incertidumbre y por perder el vuelo. Enojados, tomamos la iniciativa y nos acercamos a la puerta de entrada. De pronto, la gente empieza a avanzar y esto nos hace acelerar el paso. A punto de cruzar la puerta abrazo a mi padre con gusto y me despido, mientras él suelta un contundente: “cuídate”. Lo hago ahora con mi madre, ella cariñosamente me da un beso y dice adiós. No hay tiempo para demasiadas manifestaciones sentimentales y cruzo la puerta. El equipo de sobrecargos, uniformados impolutamente, nos indica que pasemos al gusano para ir a la puerta 56 y ahí abordar el autobús que por fin nos encaminará al avión. Todos los pasajeros vamos a ritmo acelerado por el gusano que desemboca en unas escaleras que dan a un estacionamiento. Veo una caseta de vigilancia vacía con un foco y monitores blanco y negro. Un hombre joven, de traje, avanza a mi lado y subimos dos pisos dando zancadas; en ese piso, al fondo, se ve el número 56 pegado a una enorme reja cerrada. Dos guardias que están afuera nos gritan que nos alejemos y llega una mujer de seguridad que nos regaña; mientras tanto, siguen llegando más pasajeros al lugar. Desesperados le hacemos saber que nos enviaron aquí y ella de mala gana nos dice que nos va a acompañar hasta la salida del autobús, nos pide que regresemos por donde veníamos. Dimos media vuelta y otra vez a correr, ella, a pesar de llevar tacones, baja las escaleras ágil y velozmente. Siento frustración y desencanto por creer que ahora sí ya perdí el vuelo… Despierto y ya no puedo regresar al sueño.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Los medios y el miedo

I
De lo que alcancé a ver

En un afán sociológico de último minuto, acepté la invitación para ir a la Marcha por la Seguridad. Preparé el outfit correspondiente: camisa blanca, jeans, zapatos de piso cómodos y una chamarra impermeable. Ya listo, salí con rumbo al Ángel de la Independencia. De camino, y no muy lejos de llegar a la cita -en la colonia Cuauhtémoc- observé que las calles estaban saturadas de automóviles y de gente con el look para la ocasión.

Llegué a las 6 de la tarde al Ángel; me encontré con el amigo que me invitó y con una leve llovizna que amenazaba con transformarse en tormenta. Alrededor del lugar había ambulancias, televisoras, carpas y vendedores con los artículos necesarios para una buena marcha: veladoras, impermeables de plástico, playeras y banderas con mensajes alusivos al evento, merengues, cacahuates, chicles y refrescos en promoción de 3 por 10 pesos auspiciados por Squirt.

Comenzamos a caminar; durante una buena parte del trayecto avanzó a mi lado izquierdo Claudio X. González, Presidente de Fundación Televisa, que formaba parte de un conglomerado de empresarios, comerciantes e industriales, todos ellos acompañados por sus familiares. Había también gente de medios de comunicación, como Paola Rojas, desperdigada a lo largo del Paseo de la Reforma, e incluso celebridades extranjeras… Bueno, kind of: una mujer muy parecida a Sarah Jessica Parker, pero con cara de anorgasmia.

La gente, con tímida indignación, gritaba consignas que mostraban su falta de experiencia: “¡Si no pueden renuncien!” “¡Queremos seguridad!” “¡México!”… y algunas otras frases ya muy hechas. Vaya, no se les podía pedir más: no son profesionales de las marchas.

Dos horas y media de trayecto después, a los 8:30 p.m., pudimos llegar, sobre Madero, a una cuadra aledaña al Zócalo. Las luces del centro se apagaban y las velas se prendían; en algún negocio las televisiones encendidas transmitían la marcha en vivo. Una ola de “shhhh” llegó desde adelante para que nos calláramos y entonáramos el himno. Se cantó, se aplaudió y la gente comenzó a dispersarse. Movidos quizá por el mismo afán sociológico que me llevó al evento, apoyado por el impulso de ver qué había sucedido, los rezagados caminamos a contracorriente, intentando entrar a la Plaza Mayor, pero treinta metros antes de llegar fue imposible continuar avanzando. La gente depositaba las velas encendidas en las banquetas para formar largas hileras que aluzaban breves tramos de la calle y se iba. Mi amigo y yo decidimos también salir de allí y terminar la jornada cenando en el restaurante de El Palacio que está sobre Madero para ver cómo el Atlante le quitaba lo invicto al San Luis con un raquítico gol y noventa soporíferos minutos de pésimo futbol.


II
De lo que no se vio y estuvo ahí

Solamente tocaré dos puntos: los medios y el miedo; mis amigos El Rufián y María Luna abordaron de manera muy inteligente el tema de la Marcha desde otras aristas, yo ahora tomo la mía.

En esta marcha salió ese México subyacente, ese México que no se ve al menos de manera masiva: el México de la Gente Bonita. Fue un evento digno de la primera plana y sus ocho columnas, de ser mencionado en la televisión de manera indiscriminada, en tiempos de aire triple A, en noticieros y programas de espectáculos por igual, antes, durante y después de su realización.

Esta marcha tuvo publicidad masiva y “gratuita” a pasto. Una mención comercial en un programa con un alto rating es muy cara, lo cual implica que la difusión para el gran espectáculo del sábado significó cantidades millonarias invertidas por parte de los medios y, claro, si hay inversión lo primero que esperan quienes la hacen es recuperarla y después recibir las ganancias.

Lo medios emplearon toda la parafernalia a su disposición para la “producción” de la marcha. La infraestructura en fierros estuvo representada por: UCRs (Unidades de Control Remoto) plantas de luz, microondas, decenas de cámaras de video de televisoras nacionales e internacionales, cámaras de fotografía y grabadoras de la prensa y radio, templetes de Tv Azteca tapizados con el logo correspondiente para que los periodistas tuvieran la mejor gráfica, helicópteros y enlaces con las otras marchas que se efectuaban de manera simultánea en el resto del país. Toda la carne al asador en muy poco tiempo; eso hay que señalarlo: la logística y la capacidad de organización fueron “excelsas” en todo momento.

Cierto es que de manera consciente no hubo ningún acarreado como se acostumbra en casi cualquier marcha, pero el peso de la manipulación subliminal dirigido a activar botones particularmente sensibles en el mexicano -como la culpa y el chantaje emocional-, echaron a andar los mecanismos necesarios para que esa “no masa” se volcara a las calles a expresar una demanda justa permeada por los intereses corporativos del Cuarto Poder.

El alcance de los medios y sus mecanismos “sutiles” para implantar ideas de un deber ser están más que comprobados y una vez más surtieron efecto en una concurrencia de clase media y alta en su mayoría, aunque por ser éste un país plural también aparecieron invitadas las clases bajas.

Pero, ¿qué era lo que realmente hermanaba a más de un millón de de individuos que marchaban palmo a palmo y uniformados de blanco? Nada; en realidad, el único factor común era el miedo. La marcha estaba integrada por gente de todas las edades y preferencias sexuales enfocadas exclusivamente en su ombligo; cada quien iba manifestando su dolor, cada quien iba exigiendo su seguridad, cada quien iba pensando en no querer ser afectado en su persona y en sus bienes, pero nadie se ocupaba de la necesidad del de a un lado, nadie pensaba en la seguridad de la comunidad. La gente iba pidiendo respuesta a una necesidad individual manifestada en grupo, sin pensar realmente en grupo. Tanta gente sin cohesión sólo sirve para relatar la anécdota de una marcha “pulcra” en todos los sentidos.

La masa nunca se responsabilizó de lo que estaba haciendo, lo más que hizo fue gritar tibiamente a Ebrard y a Calderón para que cumplieran sus exigencias. Si no pueden renuncien, clamaron, pero ante eso caben ciertas interrogantes: ¿si no puede qué?, ¿que renuncie quién? Otra vez palabras al aire y generalizaciones sin tomar responsabilidad alguna. Lo cierto es que el tejido social de este país está corrupto: quisiera saber cuántos de los que fueron a la marcha son rectos y no propician, en alguna medida, aquello de lo que se quejan, es decir, no dan mordidas, no sacan ventajas de la ignorancia de la gente, pagan sus impuestos como marca la ley, tienen actividades comunitarias con trascendencia para el desarrollo social, respetan el orden público, etc. El objetivo de la marcha era exigir, pero, ¿qué es lo que se está dispuesto a dar?

Vivimos en un país con una sociedad atomizada, polarizada por intereses personales y no de grupo, fragmentada por la falta de instituciones sociales, políticas y religiosas capaces de generar un respeto y una autoridad legítima. Lo que nos quedó claro el sábado fue que aún se vive con el miedo mezquino que condujo a una gran parte de la población a conformar el voto duro del PAN, no por una convicción política con fundamentos sólidos, sino como una forma de conservar sus prebendas y no arriesgar sus beneficios, lo cual generó una considerable tensión en los ya de por sí frágiles hilos que sostienen la “estabilidad nacional”.

Reza el dicho: a río revuelto, ganancia de pescadores; en esta mélange de intereses creados y melodrama televisivo que usa como bandera una demanda –justificada- de seguridad y el dolor crudo de quien ha sido víctima de la delincuencia, priva la opinión teledirigida, en vez de una reflexión sobre las causas profundas de las cosas.

He de reconocer que fue un Gran Show profiláctico, tanto que hasta el You Tube estuvo presente con cabinas para no perder testimonio del evento del año.

III
De lo que viene

Nada nuevo, sólo incertidumbre a causa de la incompetencia mostrada por el poder ejecutivo.

Carlos Loret de Mola, escribió el 2 de septiembre de 2008 en su columna de la sección de Opinión del Universal (“Historias de un reportero”) un artículo titulado “El Presidente ya no se nota”: “La imagen del mandatario con un cabestrillo sosteniéndole el brazo izquierdo es un logotipo involuntario del estado actual de cosas: con tal de que no le duela la fractura, ya no se mueve.” y “…según las encuestas, los dos principales problemas que percibe la población son, en ese orden, carestía e inseguridad. Calderón no puede con ellos. Lo rebasan.”

Después de un niño Martí secuestrado y asesinado, símbolo mediático de los otros cientos de mexicanos por ahora desconocidos y que se encuentran privados de la libertad, ¿qué esperanza real tienen ellos de que el sistema de gobierno haga la labor que tiene encomendada y por ende sean liberados? Después de los doce decapitados en Yucatán, ¿qué cabeza falta por cortar para que realmente comiencen las acciones en contra de la delincuencia? ¿La de Felipe Calderón…?

martes, 26 de agosto de 2008

Una sacudida para reflexionar

Había escrito este comentario en el Blog de Isteri: “Los jueves son el acento de la semana y creo, sin temor a equivocarme, que de la vida de muchos de los que asiduamente vamos a compartir ese espacio. Rompemos rutinas, abrevamos conocimiento y alcoholes, respiramos aire nuevo y humo de cigarro y esa noche simplemente es corta y viva.”

El jueves 24 de agosto la noche nos dio una vuelta de tuerca. Departíamos en el Covadonga como cada ocho días: El Rufián, el Primo, el Arqui, Meche, Profana, Lilián y Petronila; cenamos, bebieron, criticamos la labor periodística de Hannia Novel que también se encontraba ahí, también bailamos ritmos afrocaribeñas al son de unos músico que festejaban el cumpleaños de una chica aparentemente bulímica al igual que varias de sus amigas. Todo corría con esa emoción que únicamente sucede en los jueves del Cova.

Llegó el momento de despedirnos y todos salimos a la calle; yo no había ingerido alcohol esa noche, ni mes y medio antes, ya que mi querido médico homeópata me lo prohibió por temas de estrés que venía cargando. Estaba lloviznando copiosamente y fui solo a recoger el auto que me había prestado mi mamá (el mío estaba en le taller), para llevar a su casa a las chicas.

Profana se sentó a mi lado, iba de copiloto, y me pidió que le abrochara el cinturón porque no encontraba el broche. Yo le dije que comúnmente a las chicas que les abrocho el cinturón, después del click, les doy unos buenos besos; ella se rió y en esta ocasión no apliqué la costumbre antes mencionada. Detrás de Profana iba Lilián y detrás de mí Petronila. Marchamos sobre la calle de Puebla y tomamos Monterrey, ahí paramos en el alto de Avenida Chapultepec.

Se suscitó este diálogo en el semáforo cuando estaba cambiando a verde y empezábamos a avanzar:
Profana: Pégate a la izquierda de Florencia, porque en la derecha del camellón está el alcoholímetro.
Yo: Para qué hago eso si no bebí alcohol.
Profana: De todas maneras, qué hueva que nos detengan…
De pronto siento un impacto muy fuerte del lado derecho, viene un cambio de cámara, todo se enrarece, las imágenes llegan en una consecución de cuadros muy lentos. Escucho el crujir de la lámina. No veo luces, no sonó ningún claxón y tampoco se escuchó un amarre de llantas. Mi primer pensamiento es: ¿Por qué está pasando esto si yo venía haciendo todas las cosas bien? Empiezo a sentir un dolor dentro del torax, los órganos por el cambio de fuerzas se retuercen como si los estuvieran exprimiendo como a una toalla, el dolor va en aumento y pienso en ellas, en mis acompañantes, me da mucho miedo imaginar que es lo que les está sucediendo, quiero que ya se detenga todo esto para saber como están.

El otro auto nos aventó sobre avenida Chapultepec, reacciono y con la inercia apenas alcancé a orillarme. Todo es silencio, hasta que lo rompemos y nos preguntamos cómo nos encontramos. Profana hace pruebas con Lilían y Petronila para ver si respondían bien. Petronila manifiesta que tiene lastimado un pie y que le duele mucho, Lilián dice que le duele la cabeza, Profana también dice que le duele la cabeza porque al parecer rompió la ventana con la misma.

Un taxista se acerca a nuestro costado y me dice que sigamos al auto que se dio a la fuga, contesto negativamente, ya que primero me interesa asegurarme que todos estemos bien. El taxista se arranca.

Yo asustado saco de la guantera, ahora rota al igual que la puerta, ventana, medallón y tablero, los papeles del seguro. Me costó un poco encontrar el número y poderlo marcar. Contestan mi llamada y pido una ambulancia y un ajustador, doy la información necesaria y nos quedamos sentados, afuera sigue lloviznando, el motor del auto todavía está prendido.

En pocos minutos llegan varias patrullas a hacer preguntas estériles ya que no supimos ni color, ni modelo, menos placas del auto que nos impactó. Me bajo y veo el golpe, la llanta esta doblada y el eje roto, la puerta está completamente dañada y de esas cosas inexplicables nadie tuvo cortaduras por los vidrios que volaron.

Como tres cuadras adelante veo otras patrullas que están detenidas, al parecer con el otro auto. El taxista regresa y me dice que es una mujer de un Stratus color plata y que la tienen detenida otros policías, que vaya a ver. Yo prefiero esperar hasta que llegue el ajustador y la ambulancia. La policía llama a una y en breve llega, nos revisan y al parecer no hay lesiones graves, sólo golpes. Le vendan el pie a Petronila.

Llega el ajustador, le comento que fue lo que pasó y va a buscar el otro automóvil, cuando regresa nos dice que ya no encontró nada ni a nadie. No me parece extraño. De pronto veo a un taxista que se para en medio del camellón y que levanta una parte del auto que nos golpeó y se va. Caigo en cuenta que era la placa del otro auto. Llega la ambulancia de la aseguradora y nos vuelven a checar; suben a Petronila en camilla, mientras que Profana y Lilián son revisadas. Llega la grúa y empieza a hacer el inventario del auto, yo le llamo a Meche y al Arqui para que nos acompañen y nos apoyen. Mientras tanto el de la aseguradora me dice que voy a tener que pagar el deducible porque el responsable se dio a la fuga. Ni modo, no hay de otra y lo que importa ahora es ir al hospital a que nos revisen.

Llegan Meche y el Arqui y me ayudan a guardar en su cajuela todas las cosas que traía en el auto. De pronto llega otro taxista preguntado si no estaba la persona que nos había chocado. Nos dice de manera nerviosa que él estaba parado adelante cuando se detuvo el otro auto, que llegaron los policías y detuvieron a la chica y la subieron a la patrulla, que ella le entregó las llaves a la policía y que estos empezaron la rapiña de las cosas que había dentro del auto. De pronto caigo en cuenta y este taxista es el que levantó la placa y con certeza le digo:
-Yo te vi, tú fuiste el que levantó la placa del camellón.
El taxista se pone más nervioso y balbucea no sé que cosas y me da la placa y me dice que la chava habló desde su teléfono a su casa, que el tenía el número. Voy con mi ajustador, le entrego la placa y el número y las cosas vuelven a dar un giro inesperado. Ahora ya no se va mi auto al taller, sino a la quinta delegación para que se inicie una averiguación previa en contra de quien resulte responsable. Eso me tranquiliza un poco, aunque el ajustador me advierte que después de ir al hospital le llame porque si no se puede arreglar esto, tendría que quedar detenido y mis acompañantes ir a darme el perdón para que corra la investigación. El taxista nos pide una propina por el servicio dado, más de malas que de buenas le entregamos $100 pesos.

Meche y el Arqui se van siguiendo a la grúa, yo me subo a la ambulancia para que nos lleven al hospital Santa Fe. Ahí nos pasan a revisión médica y después a tomarnos las placas de Rayos X. Al final no hubo lesiones considerables, sólo golpes fuertes. Nos recetaron desinflamatorios y analgésicos, advierten que si tenemos alguna otra dolencia que regresemos para otra revisión.

Le llamo al ajustador y me dice que ya pudo localizar a quién nos golpeó, que en ese momento él está yendo a la casa de esta persona a arreglar el asunto, mientras recibo otra llamada, es del abogado de la aseguradora que me pide que vaya a la quinta delegación ubicada en Tlatelolco. Meche y el Arqui me llaman, dicen lo mismo que el ajustador y se despiden porque tienen que ir a trabajar.

Son las seis de la mañana y los cuatro salimos del hospital. Profana me dice que me acompaña a la delegación, me niego, les digo que prefiero que ya se vayan a sus casas a descansar un poco; después de eso tomamos tres taxis con distintos rumbos.

Llego a la delegación y con la luz del día aprecio el golpe de mejor manera, quedó destrozado el auto. Ahí están el ajustador y el abogado, resulta que el auto que me golpeó está asegurado con la misma compañía que yo. El ajustador me comenta que es una escuincla de 19 años la que nos chocó, que los policías la extorsionaron y le pidieron $7,000 pesos, que el taxista que me entregó la placa le robó la cartera y que estaba muy “preocupada por nosotros” y en un mar de llanto. Todo esto al escucharlo me enojó mucho más, esas cosas pasan cuando, como decía mi papá: “Después de una pendejada siempre vienen otras más.” Se cambiaron las pólizas, firmé nuevos papeles, esperé hasta que se llevaran el auto y llegué maltrecho a mi casa a las diez de la mañana a darle la mala noticia a mi mamá que se asustó y entristeció mucho al saber la historia.

Reflexiones

Después del evento ocurrido quedan varias notas que hacer:

Partiendo de la irresponsabilidad de la escuincla que nos golpeó (y que seguramente ha de haber llevado bastante alcohol en la sangre) como de la irresponsabilidad de sus padres, ¿qué persona bien nacida se da a la fuga después de afectar a otros? ¿qué padre que realmente esté educando a un hijo, le solapa su irresponsabilidad con corrupción? Lo que es claro es que ninguno de los dos se acercaron a hacerse cargo del desperfecto ocasionado; de tales padres, tales hijos.

La ciudadanía está “cuidada” por policías corruptos, que sin importarles nada más que el sacar provecho de una “oportunidad”, afectan a los demás. Recuerdo que eran como seis patrullas, estamos hablando que cuando menos 12 policías fueron partícipes del botín; y que si no hubiera sido por el taxista, también corrupto, hubiera salido afectado dos veces: la primera con los daños físicos y los del auto y la otra en lo económico al yo tener que haber pagado el deducible del coche por un acto en el que no tuve responsabilidad.

Este es el estado de injusticia que hemos generado, “el otro” no importa, sólo lo que convenga a mis intereses.

Me hubiera gustado que encarcelaran a la escuincla para que tuviera una dosis de realidad y entendiera que las acciones tienen reacciones y estas cuestan. Sin embargo coexiste en esta realidad la impunidad y fue con ella con la que se manejó este asunto, reforzando la idea de no tomarle la debida importancia y medida a las cosas pues siempre va a haber una manera de solucionarlas, afectando al “otro” sin importar el daño causado.

Este evento llegó a romper un equilibrio existente de las cosas, ahora el nuevo se está adaptando a esta realidad, la sacudida me ha llevado a redireccionar mi vida, pues llegó a lo profundo este golpe.

He estado aislado en mi casa, no repasando la historia yerma de lo que pudo o no haber sucedido, sino pensando hacia donde y como va a ser la nueva historia que genere.

Esa madrugada no sólo puso el acento a mi semana, lo ha puesto al resto de mi vida, esa noche no fue corta, fue muy larga, lo que sí reafirmó es que estamos vivos, que otra vez estamos vivos.

P.D. El auto fue pérdida total.

P.D. 2 Aquí se puede leer como vivieron la experiencia ellas: Profana, Lilián y Petronila.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Efecto de refracción

Sumerjo la cara en el lavabo lleno de agua. La cabeza me revienta a causa de todos los recuerdos inconclusos que buscan un cause para su olvido...

Observo dentro del agua la faz del sábado, distorsionadas imágenes acompañadas de sonidos bofos...

Suelto aire por la nariz y las burbujas cosquillean mis pestañas…

El estado de control se pierde cuando empieza a escasearme el oxígeno. Me sujeto fuertemente del toallero y del mueble del baño para evitar levantar la cabeza.

Peregrinaciones de burbujas se elevan con mayor velocidad hasta desvanecerse o concentrarse en la atmósfera…

Procuro no desesperar para percibir de manera clara la sensación de la muerte a la cual me acerco…

Ahora cierro los ojos para tranquilizarme. Todo es oscuro o indiferente…

Pensé que sería otra cosa…

Aparece la visión de un sombrero al mismo tiempo que imprimo más fuerza a los brazos para sujetarme. Me abismo dentro de la imagen del sombrero y ya arrojado en caída libre soy apacible con el vértigo…

Me sostienen antes de impactarme, son personas viejas. Creo que lo hicieron debido al respeto que siempre he practicado con los ancianos. Me levantan y me llevan al encuentro de la novia que está a la espera de mi llegada. El ambiente de pronto se vuelve árabe. Sé que es Damasco. Llego a una habitación, la puerta se cierra, yo aprieto los dientes contra los labios para no perder el conocimiento. Ahí está la novia, ella se desnuda y me muestra su fino cuerpo, al que ella llama templo. Camino a ella y con el dorso de la mano acaricio los pezones expectantes de mí, de mis sensaciones. Se estremece. La veo a los ojos y la tomo por la nuca. Sé que si la beso le daré el último aliento que me queda. Rozo mis labios en el cuello caoba y me precipito desesperadamente a ella…

Pierdo la visión y saco la cara inmediatamente del lavabo.

Jalo aire por nariz y boca.

Me sujeto del lavabo y jadeo.

El agua escurre por mis cabellos y cara.

Veo mis ojos en el espejo donde resplandece el corazón maligno de todo relato.

miércoles, 9 de julio de 2008

Mi falta de costumbre o llueve sobre mojado

El paraguas es un objeto con el que no he podido generar empatía, de hecho, es centro de enojos y rencores añejos. Desde la adolescencia, momento en mi vida que ya podía salir a la calle sin la compañía de alguno de mis padres, era necio a las advertencias del cielo (no me refiero a que tuviera alguna comunicación con este como los éxtasis divinos de Santa Teresa de Jesús o negara la contemplación infusa de la cual se nutría San Juan de la Cruz, a mí, nada más me daba para contemplar extasiado a una divina Teresa que no era muy santa).


Las recomendaciones de los meteorólogos o los nubarrones negros que amenazaban con una gran tormenta no me significaban gran cosa; y ya fuera por decidia, hueva o negligencia salía a la calle sin paraguas. Lo que sucedía de la casa a la calle y de la calle a la casa se lo pueden imaginar, pero lo que no se pueden imaginar es la retahíla de regaños de la cual era objeto por llegar empapado; es así como empezaba la temporada de lluvias.


Ya más entrado este período, procuraba salir a la calle con el mentado paraguas, pero por mi falta de costumbre a él no lo regresaba. Lo dejaba en el cine, en el coche de algún amigo, en alguna casa, en la escuela… vaya, lugares siempre hubo para mis donaciones. De regreso a casa, para no perder la costumbre, de nuevo la retahíla de regaños, ahora por perder el preciado objeto, joder.


Digamos que el paraguas me remite, por asociación, a un estado de frustración, encabronamiento e infelicidad. Este texto nace, como diría Freud, con un problema con la madre… sí, con la madre esa que hoy olvidé en casa. Fiel a mi costumbre de no tener costumbre de portarlo, este elemento añadió unas cuantas horas más de terapia y una rayita arriba al odio que de pronto genero por la humanidad.


Ahora quiero enumerar los elementos que se acumularon en esta historia para aderezar el evento:

  1. As usual salgo sin paraguas.
  2. Hoy no llevé coche a la oficina.
  3. No hay paraguas en la oficina.
  4. Tuve malos pensamientos hacia con mis semejantes y confieso que pequé de palabra, obra y omisión, por mi culpa, por mi culpa…
  5. No comí por atender varias citas.
  6. Una chica que me gusta tiene devaneos mentales rudos.
  7. Pipo, el gato, se comporta como perro.
  8. Ando desvelado por escribir en mi blog y leer y comentar el de los demás.
  9. Salgo tarde de trabajar.

Para ubicarlos geográficamente trabajo en Polanco, centro del movimiento: corporativo, de las casas de moda y del universo. A partir de cierta hora en la noche, como a eso de las diez, se vuelve un lugar inhóspito, y con lluvia es la Ínsula Firme; de hecho es imposible encontrar taxis, microbuses o ferrys para abandonarla.


Después de esperar un rato y ver que la lluvia no iba a cesar, me resigné a mojarme, no sin antes repasar en la mente los 9 puntos anteriores, generar bilis y mentadas de madre como para no sentir lo frío del agua, que por cierto aquí no llueve calientito como en Guadalajara.


Los primeros metros los corrí debajo de los pocos techos que había hasta que llegué a un trébol de puentes con un depósito de camiones recolectores de basura en su haber. Los puentes anegados de agua tan diáfana como alma de Secretario de Gobernación sirvieron de trampa mortal para mí, ya que un imbécil que iba seco y cómodo en su automóvil pasó en chinga y levantó tsunami tal que no hubo tiempo de vociferar cosa alguna, antes, durante y después del baño. Con los zapatos de gamuza (sólo a mí se me ocurre) ya de otro color y medio cuerpo empapado seguí mi camino hacia las avenidas donde por pura probabilidad y estadística tendría que pasar un transporte público. Mientras tanto la lluvia ácida que caía en mi cara de manera copiosa evitó que gastara dinero en el peeling o en la microdermoabrasión, ya que de otro modo me hubiera costado un ojo de la cara las sesiones, aquí nada más costó la caída de cabello, la absorción de metales pesados y otras cuantas linduras cancerígenas y mortales.


Volteaba para un lado y para otro, veía la calle sola sin que llegara un vehículo y como ironía de la vida o castigo divino (aclaro, castigo judeo-cristiano) la lluvia seguía en aumento. Varado y ya sin hacer mayor gesto esperé; de pronto, un microbús llegó a mí cual Arca de Noé, lo digo por el olor a zoológico que se cargaba y fui rescatado y llevado a tierra firme.


Ya en casa, como recordatorio del baño recibido, lo primero que veo es el paragüero nutrido de esas cosas objeto de mis malos sentimientos. Los observé y me dije: a la próxima, a la próxima…

lunes, 7 de julio de 2008

Epifanía

A ti, invariablemente


El llegó a su casa. Llevaba cargando una docena de rosas rojas en los brazos. La buscó en las distintas habitaciones; no la vio. Fue al hall y tomó un florero que llevó a la cocina para ponerle agua. Desamarró las rosas y las acomodó dentro del florero. Regresó al salón y sobre la mesa de madera clara depositó el florero con las rosas. Volteó al suelo y vio tirada la camisa azul que él le regaló a ella en su aniversario de compromiso.


Impávido se acerca a la prenda; la toca. Cierra los ojos, se levanta y corre a la habitación principal. Abre el closet y lo ve vacío de las cosas de ella…


Hoy las flores siguen sobre la mesa de madera clara; secas. El teléfono ha estado sonando insistentemente. Ya no existe quien conteste, tampoco un destinatario que disfrute de las rosas.

jueves, 12 de junio de 2008

Amsterdam

Las luces rojas engalanan la entrada de la ciudad, gran bienvenida de intenso calor humano. Los holandeses claros y directos, hermosos y vivos. Una ciudad de ires y venires que invita a quedarse en ella. La gran salida y entrada a y de Europa, tiendas por doquier, olor a mota que aletarga al frío. Muchas mujeres de ojos hermosos en falda luciendo impresionantes piernas sin importar el frío, que loca y agradable visión.

Copenhague

Acabo de regresar de Malmö, una pequeña ciudad sueca, pintoresca, con todas las ventajas del superdesarrollo, linda para pasear. Los escandinavos son impresionantes, para ir de Malmö a Copenhague crucé el mar por tren, 8 Km. de vías y carreteras sobre el Báltico.

Lo primero que hice en Copenhague fue visitar a La Sirenita que espera a la orilla del mar. Caminé por los pasos y por algunos de los sueños de Hans Christian Andersen. El frío ha sido bondadoso, de hecho hasta calor se sentía a los 6 grados centígrados. La ciudad está dotada por una gran infraestructura y una calidad de servicios impresionante. Los daneses son amables pero se ven apagados; hay una constante llovizna que enfría aún más el ambiente.


Madrid

Llegué a Madrid después de un largo trayecto en un tren guajolotero que partió de Irún y que hizo parada en cuanta estación se topó en el camino. Pablo me esperaba en la Plaza de España donde miles de estudiantes Universitarios se manifestaban en contra de una reforma de Aznar en pos de privatizar la educación (esto sucedió no mucho tiempo después de la huelga de la UNAM) y como buen mexicano solidario a las causas nobles llegué a mentarle la madre a la máxima autoridad del país porque el protocolo así lo obliga. De ahí fuimos a comer tapas de pulpo y boquerón y a tomar unas cañas en el Pote Gallego, lugar situado en la misma cuadra del piso de mi amigo; concretado el asuntó me enfilé solo al estadio Santiago Beranabeu a ver al Real Madrid jugar (he de confesar que mi equipo es el Barcelona, Força Barça). Mi sorpresa fue tal (a pesar de estar en España e ir a un estadio) al ver que han podido educar en algo a su gente. Esta llega 15 minutos antes del partido ya que los asientos están numerados y hacen un pre-copeo en los bares del rededor pues no venden bebidas embriagantes adentro, situación que no impide que se genere un gran ambiente en el estadio. De regreso con Pablo bajamos a la plaza de enfrente de su edificio para iniciar el tradicional “botellón”, que no es otra cosa mas que juntarse en grupos para beber en la vía pública. A las 2 de la mañana ya entonandos fuimos a una discoteca llamada Copelia y nos quedamos ahí hasta que se cerraron, después nos movimos un after cerca de la Gran Vía donde privaba el aroma a hachís, la luz tenue y un ambiente sórdido, donde la mayor parte de la gente ya traía unas dosis de más de lo que fuera. Lo único malviajante de este primer día en Madrid fue salir del after al mediodía del domingo con el sol cayendo a plomo.

París

Vivo enamorado de la historia de amor que es París, de la posibilidad del encuentro sorpresivo en algún puente con la Maga que hay para mí.

Hoy continúo el viaje y parto de aquí, me llevo un par de botas gastadas por el incansable transitar en las Rues, el recuerdo de la cultura del mundo aglomerada en un palacio, sus techos vistos desde todas las alturas y la curvatura de sus calles, el altivo caminar de las mujeres parisinas enfundadas en abrigos negros, el olor de sus entrañas vencidas y descompuestas y el color verdoso de su máxima arteria yugular: el Sena.

Me llevo eso y más, pero todavía no se cuánto y qué dejo.

Londres

Hoy en la noche nos evacuaron de emergencia del metro, estábamos en la estación Oxford Circus cuando avisaron a toda la gente que tenía que salir de allí sin dar razón alguna. La gente salió caminando como de primer mundo…, iban muy tranquilos por las escaleras eléctricas, sin correr ni empujarse. No sé que me sorprendió más: el conato de atentado o la civilidad londinense. Ya en la avenida Oxford, esperando a los camioncitos rojos de dos pisos, me dije: “el metro siempre es un lugar pinche para morir, independientemente que a este le digan Underground, Tube o Subway no deja de ser un pinche metro.

miércoles, 11 de junio de 2008

Ultraman o mi excesiva tolerancia a la diversidad

La tolerancia, tema en boga y manoseado cual Fichera del Dos Naciones, nos remite a ese deber ser con “el otro”. Esta moda buena ondita trasluce un dejo de racismo y arrogancia, políticamente correctos, que se han convertido en un valor.

Trato este tema debido a que la tolerancia trasgredió y corrompió el último valor que yo creía sin mácula en mi haber, el último reducto de pureza: el estético.

Todo comienza con unas fraternas cervezas en algún lugar donde abunda gente desconocida. Va aumentando la ingesta y los prejuicios disminuyen, el intelecto y el cuerpo se sueltan. Todo pareciera bien hasta ahí, sin embargo, cito de manera literal al conserje del edificio de Charles cuando lo ve llegar caminando con Jorge y en las manos llevan bolsas con caguamas a minutos de fenecer: “Les va a hacer daño jóvenes”. En efecto cual sibila u oráculo griego presagia asertivo la conclusión de la historia.

Permeado por los mensajes gubernamentales de tolerancia y con mi inconsciente cachondeado por el alcohol, se detona una paradoja: Bebo y tolero, pero entre más bebo, tolero menos lo que bebo. No hay equilibrio en ello y siempre se queda insatisfecho por algún motivo.

Ya entrados en tragos me vuelvo tolerante a vincularme con mujeres de más de 25 que buscan novio, con mujeres divorciadas que tienen hijas adolescentes, con adolescentes que viven con sus madres divorciadas, con mujeres casadas, insatisfechas, que mantienen al marido y que no lo sueltan porque “con qué ejemplo van a crecer sus hijos”, con mujeres que te vampirean la energía hasta la médula, con mujeres con una inteligencia menor al promedio, con mujeres frívolas bien documentadas en el “Quién”, con mujeres bien vestidas que buscan desestresarse, con mujeres arpías chupasangre en busca de casarse, con mujeres locas que por eso se vuelven seductoras y con mujeres depresivas, cliché de todos esos grandes momentos de la literatura y de esas grandes náuseas de esta realidad.

Sigo tomando y todavía me vuelvo más tolerante, y no sólo eso, me acerco a las mujeres con la sonrisa encantadora y la mirada vidriosa por ello brillante en apariencia. Elocuente en la charla, al fin consigo iniciar el coqueteo. Continúo con el soliloquio (que me interesa más a mí algunas veces) y con la bebida y con la tolerancia y de pronto todo muta y todo es bueno y me permito alguna libertad o audacia que ya para ese estado son artes mayores.

El tema hasta aquí ya no son las características antes mencionadas, que en sobriedad la mayoría de esas mujeres no serían blanco de mis afectos, pero que el discurso de la tolerancia amarinado con cerveza da por resultado un estadio generoso para compartir besos con algunas o con todas ellas. La cuestión y donde estriba el problema es que, además de los perfiles mencionados, el canon occidental no las consideraría para integrar eso que llaman: “lo bello” y sin importarme eso yo de manera tolerante las beso con igualdad, justicia y equidad, porque es lo que debe de ser, aunque ello conlleve a replantearme desde qué punto voy retomar el valor estético que a mi parecer he devaluado.

Aclaro que no es una reflexión culpígena, simplemente quiero anotar como el discurso oficial puede llegar a trastocar nuestras más firmes creencias y volvernos permisibles a lo que él impone.

P.D. Ahora sé porque cierro los ojos al besar: por si acaso…

P.D.2 Ultraman es famoso por echarse a cada monstruo…

P.D.3 El Dos Naciones es una cantina muy recomendable en la calle de Bolívar en el Centro Histórico de la Ciudad de México donde, en efecto, hay Ficheras para bailar y arrimarse sus partes con ellas y acercar las manos, también, a sus partes por una módica cantidad.

martes, 10 de junio de 2008

La eterna metamorfosis de lo inmutable

Me encuentro recluido en mí. Ese brillante e impuro oro que soy entra en caos. Todo afuera está preparado para ello, el aire alimenta al fuego en el horno que hace hervir al agua para regar la tierra ahora yerma; hoy es la noche donde aparecen los siete planetas conocidos.

Sol y luna alumbran la unión del alma y el espíritu de dos gamuzas en un risco, a la vera de un río donde corre un fluido homogéneo de azufre y mercurio que fecunda la tierra. En el llano, un león camina hacia el lobo para ser devorado por este; después de múltiples dentelladas el lobo y el león se disuelven juntos para lograr la purificación del león.

Un pájaro no deja de volar arriba del sitio donde me encuentro, él está al pendiente de todo lo que sucede. Mientras tanto, mi cuerpo, mi mente y mi alma libres se degradan, sin prisa, pausadamente, así es como voy llegando a este proceso de putrefacción, de corrupción. Todos mis elementos se disocian; mi alma abandona al cuerpo. Será que nunca he sido un hombre de mucha fe por eso me desapego de ella sin remordimiento. Suelto una sonrisa irónica para mí.

Después de perder el alma, la esperanza regresa junto con el espíritu vivo de Mercurio que viene únicamente a purificarme. Me enseña que mi putrefacción sólo abre el camino a la unión para fecundar, para que el cuerpo se repliegue en sí mismo, para que comience el cambio. Toma un sapo negro en una mano y le da un baño de azogue para transformarlo en blanco, lo deja en el piso. Mercurio se va.

La temperatura en el ambiente sube de manera inconmensurable y siento que me precipito en repetidas ocasiones en forma de rocío. El peso ígneo de mis emociones y recuerdos se manifiesta físicamente para luego desdoblarse y caer al fondo de este contenedor formando nubes terrosas que me regresan el alma. A mi lado veo un pelícano que se atraviesa el pecho con el pico y hace brotar su sangre para resucitar a sus hijos color metal. La obra se consuma ahora que todos los elementos se han reunido. Mi alma transpira hasta evaporarse y todo regresa a su lugar.

Después de tanto martirio y sufrimiento heme aquí resucitado. El alma y el espíritu han regresado a mi cuerpo, he transmutado en esta gran obra.