martes, 26 de agosto de 2008

Una sacudida para reflexionar

Había escrito este comentario en el Blog de Isteri: “Los jueves son el acento de la semana y creo, sin temor a equivocarme, que de la vida de muchos de los que asiduamente vamos a compartir ese espacio. Rompemos rutinas, abrevamos conocimiento y alcoholes, respiramos aire nuevo y humo de cigarro y esa noche simplemente es corta y viva.”

El jueves 24 de agosto la noche nos dio una vuelta de tuerca. Departíamos en el Covadonga como cada ocho días: El Rufián, el Primo, el Arqui, Meche, Profana, Lilián y Petronila; cenamos, bebieron, criticamos la labor periodística de Hannia Novel que también se encontraba ahí, también bailamos ritmos afrocaribeñas al son de unos músico que festejaban el cumpleaños de una chica aparentemente bulímica al igual que varias de sus amigas. Todo corría con esa emoción que únicamente sucede en los jueves del Cova.

Llegó el momento de despedirnos y todos salimos a la calle; yo no había ingerido alcohol esa noche, ni mes y medio antes, ya que mi querido médico homeópata me lo prohibió por temas de estrés que venía cargando. Estaba lloviznando copiosamente y fui solo a recoger el auto que me había prestado mi mamá (el mío estaba en le taller), para llevar a su casa a las chicas.

Profana se sentó a mi lado, iba de copiloto, y me pidió que le abrochara el cinturón porque no encontraba el broche. Yo le dije que comúnmente a las chicas que les abrocho el cinturón, después del click, les doy unos buenos besos; ella se rió y en esta ocasión no apliqué la costumbre antes mencionada. Detrás de Profana iba Lilián y detrás de mí Petronila. Marchamos sobre la calle de Puebla y tomamos Monterrey, ahí paramos en el alto de Avenida Chapultepec.

Se suscitó este diálogo en el semáforo cuando estaba cambiando a verde y empezábamos a avanzar:
Profana: Pégate a la izquierda de Florencia, porque en la derecha del camellón está el alcoholímetro.
Yo: Para qué hago eso si no bebí alcohol.
Profana: De todas maneras, qué hueva que nos detengan…
De pronto siento un impacto muy fuerte del lado derecho, viene un cambio de cámara, todo se enrarece, las imágenes llegan en una consecución de cuadros muy lentos. Escucho el crujir de la lámina. No veo luces, no sonó ningún claxón y tampoco se escuchó un amarre de llantas. Mi primer pensamiento es: ¿Por qué está pasando esto si yo venía haciendo todas las cosas bien? Empiezo a sentir un dolor dentro del torax, los órganos por el cambio de fuerzas se retuercen como si los estuvieran exprimiendo como a una toalla, el dolor va en aumento y pienso en ellas, en mis acompañantes, me da mucho miedo imaginar que es lo que les está sucediendo, quiero que ya se detenga todo esto para saber como están.

El otro auto nos aventó sobre avenida Chapultepec, reacciono y con la inercia apenas alcancé a orillarme. Todo es silencio, hasta que lo rompemos y nos preguntamos cómo nos encontramos. Profana hace pruebas con Lilían y Petronila para ver si respondían bien. Petronila manifiesta que tiene lastimado un pie y que le duele mucho, Lilián dice que le duele la cabeza, Profana también dice que le duele la cabeza porque al parecer rompió la ventana con la misma.

Un taxista se acerca a nuestro costado y me dice que sigamos al auto que se dio a la fuga, contesto negativamente, ya que primero me interesa asegurarme que todos estemos bien. El taxista se arranca.

Yo asustado saco de la guantera, ahora rota al igual que la puerta, ventana, medallón y tablero, los papeles del seguro. Me costó un poco encontrar el número y poderlo marcar. Contestan mi llamada y pido una ambulancia y un ajustador, doy la información necesaria y nos quedamos sentados, afuera sigue lloviznando, el motor del auto todavía está prendido.

En pocos minutos llegan varias patrullas a hacer preguntas estériles ya que no supimos ni color, ni modelo, menos placas del auto que nos impactó. Me bajo y veo el golpe, la llanta esta doblada y el eje roto, la puerta está completamente dañada y de esas cosas inexplicables nadie tuvo cortaduras por los vidrios que volaron.

Como tres cuadras adelante veo otras patrullas que están detenidas, al parecer con el otro auto. El taxista regresa y me dice que es una mujer de un Stratus color plata y que la tienen detenida otros policías, que vaya a ver. Yo prefiero esperar hasta que llegue el ajustador y la ambulancia. La policía llama a una y en breve llega, nos revisan y al parecer no hay lesiones graves, sólo golpes. Le vendan el pie a Petronila.

Llega el ajustador, le comento que fue lo que pasó y va a buscar el otro automóvil, cuando regresa nos dice que ya no encontró nada ni a nadie. No me parece extraño. De pronto veo a un taxista que se para en medio del camellón y que levanta una parte del auto que nos golpeó y se va. Caigo en cuenta que era la placa del otro auto. Llega la ambulancia de la aseguradora y nos vuelven a checar; suben a Petronila en camilla, mientras que Profana y Lilián son revisadas. Llega la grúa y empieza a hacer el inventario del auto, yo le llamo a Meche y al Arqui para que nos acompañen y nos apoyen. Mientras tanto el de la aseguradora me dice que voy a tener que pagar el deducible porque el responsable se dio a la fuga. Ni modo, no hay de otra y lo que importa ahora es ir al hospital a que nos revisen.

Llegan Meche y el Arqui y me ayudan a guardar en su cajuela todas las cosas que traía en el auto. De pronto llega otro taxista preguntado si no estaba la persona que nos había chocado. Nos dice de manera nerviosa que él estaba parado adelante cuando se detuvo el otro auto, que llegaron los policías y detuvieron a la chica y la subieron a la patrulla, que ella le entregó las llaves a la policía y que estos empezaron la rapiña de las cosas que había dentro del auto. De pronto caigo en cuenta y este taxista es el que levantó la placa y con certeza le digo:
-Yo te vi, tú fuiste el que levantó la placa del camellón.
El taxista se pone más nervioso y balbucea no sé que cosas y me da la placa y me dice que la chava habló desde su teléfono a su casa, que el tenía el número. Voy con mi ajustador, le entrego la placa y el número y las cosas vuelven a dar un giro inesperado. Ahora ya no se va mi auto al taller, sino a la quinta delegación para que se inicie una averiguación previa en contra de quien resulte responsable. Eso me tranquiliza un poco, aunque el ajustador me advierte que después de ir al hospital le llame porque si no se puede arreglar esto, tendría que quedar detenido y mis acompañantes ir a darme el perdón para que corra la investigación. El taxista nos pide una propina por el servicio dado, más de malas que de buenas le entregamos $100 pesos.

Meche y el Arqui se van siguiendo a la grúa, yo me subo a la ambulancia para que nos lleven al hospital Santa Fe. Ahí nos pasan a revisión médica y después a tomarnos las placas de Rayos X. Al final no hubo lesiones considerables, sólo golpes fuertes. Nos recetaron desinflamatorios y analgésicos, advierten que si tenemos alguna otra dolencia que regresemos para otra revisión.

Le llamo al ajustador y me dice que ya pudo localizar a quién nos golpeó, que en ese momento él está yendo a la casa de esta persona a arreglar el asunto, mientras recibo otra llamada, es del abogado de la aseguradora que me pide que vaya a la quinta delegación ubicada en Tlatelolco. Meche y el Arqui me llaman, dicen lo mismo que el ajustador y se despiden porque tienen que ir a trabajar.

Son las seis de la mañana y los cuatro salimos del hospital. Profana me dice que me acompaña a la delegación, me niego, les digo que prefiero que ya se vayan a sus casas a descansar un poco; después de eso tomamos tres taxis con distintos rumbos.

Llego a la delegación y con la luz del día aprecio el golpe de mejor manera, quedó destrozado el auto. Ahí están el ajustador y el abogado, resulta que el auto que me golpeó está asegurado con la misma compañía que yo. El ajustador me comenta que es una escuincla de 19 años la que nos chocó, que los policías la extorsionaron y le pidieron $7,000 pesos, que el taxista que me entregó la placa le robó la cartera y que estaba muy “preocupada por nosotros” y en un mar de llanto. Todo esto al escucharlo me enojó mucho más, esas cosas pasan cuando, como decía mi papá: “Después de una pendejada siempre vienen otras más.” Se cambiaron las pólizas, firmé nuevos papeles, esperé hasta que se llevaran el auto y llegué maltrecho a mi casa a las diez de la mañana a darle la mala noticia a mi mamá que se asustó y entristeció mucho al saber la historia.

Reflexiones

Después del evento ocurrido quedan varias notas que hacer:

Partiendo de la irresponsabilidad de la escuincla que nos golpeó (y que seguramente ha de haber llevado bastante alcohol en la sangre) como de la irresponsabilidad de sus padres, ¿qué persona bien nacida se da a la fuga después de afectar a otros? ¿qué padre que realmente esté educando a un hijo, le solapa su irresponsabilidad con corrupción? Lo que es claro es que ninguno de los dos se acercaron a hacerse cargo del desperfecto ocasionado; de tales padres, tales hijos.

La ciudadanía está “cuidada” por policías corruptos, que sin importarles nada más que el sacar provecho de una “oportunidad”, afectan a los demás. Recuerdo que eran como seis patrullas, estamos hablando que cuando menos 12 policías fueron partícipes del botín; y que si no hubiera sido por el taxista, también corrupto, hubiera salido afectado dos veces: la primera con los daños físicos y los del auto y la otra en lo económico al yo tener que haber pagado el deducible del coche por un acto en el que no tuve responsabilidad.

Este es el estado de injusticia que hemos generado, “el otro” no importa, sólo lo que convenga a mis intereses.

Me hubiera gustado que encarcelaran a la escuincla para que tuviera una dosis de realidad y entendiera que las acciones tienen reacciones y estas cuestan. Sin embargo coexiste en esta realidad la impunidad y fue con ella con la que se manejó este asunto, reforzando la idea de no tomarle la debida importancia y medida a las cosas pues siempre va a haber una manera de solucionarlas, afectando al “otro” sin importar el daño causado.

Este evento llegó a romper un equilibrio existente de las cosas, ahora el nuevo se está adaptando a esta realidad, la sacudida me ha llevado a redireccionar mi vida, pues llegó a lo profundo este golpe.

He estado aislado en mi casa, no repasando la historia yerma de lo que pudo o no haber sucedido, sino pensando hacia donde y como va a ser la nueva historia que genere.

Esa madrugada no sólo puso el acento a mi semana, lo ha puesto al resto de mi vida, esa noche no fue corta, fue muy larga, lo que sí reafirmó es que estamos vivos, que otra vez estamos vivos.

P.D. El auto fue pérdida total.

P.D. 2 Aquí se puede leer como vivieron la experiencia ellas: Profana, Lilián y Petronila.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Efecto de refracción

Sumerjo la cara en el lavabo lleno de agua. La cabeza me revienta a causa de todos los recuerdos inconclusos que buscan un cause para su olvido...

Observo dentro del agua la faz del sábado, distorsionadas imágenes acompañadas de sonidos bofos...

Suelto aire por la nariz y las burbujas cosquillean mis pestañas…

El estado de control se pierde cuando empieza a escasearme el oxígeno. Me sujeto fuertemente del toallero y del mueble del baño para evitar levantar la cabeza.

Peregrinaciones de burbujas se elevan con mayor velocidad hasta desvanecerse o concentrarse en la atmósfera…

Procuro no desesperar para percibir de manera clara la sensación de la muerte a la cual me acerco…

Ahora cierro los ojos para tranquilizarme. Todo es oscuro o indiferente…

Pensé que sería otra cosa…

Aparece la visión de un sombrero al mismo tiempo que imprimo más fuerza a los brazos para sujetarme. Me abismo dentro de la imagen del sombrero y ya arrojado en caída libre soy apacible con el vértigo…

Me sostienen antes de impactarme, son personas viejas. Creo que lo hicieron debido al respeto que siempre he practicado con los ancianos. Me levantan y me llevan al encuentro de la novia que está a la espera de mi llegada. El ambiente de pronto se vuelve árabe. Sé que es Damasco. Llego a una habitación, la puerta se cierra, yo aprieto los dientes contra los labios para no perder el conocimiento. Ahí está la novia, ella se desnuda y me muestra su fino cuerpo, al que ella llama templo. Camino a ella y con el dorso de la mano acaricio los pezones expectantes de mí, de mis sensaciones. Se estremece. La veo a los ojos y la tomo por la nuca. Sé que si la beso le daré el último aliento que me queda. Rozo mis labios en el cuello caoba y me precipito desesperadamente a ella…

Pierdo la visión y saco la cara inmediatamente del lavabo.

Jalo aire por nariz y boca.

Me sujeto del lavabo y jadeo.

El agua escurre por mis cabellos y cara.

Veo mis ojos en el espejo donde resplandece el corazón maligno de todo relato.