Vivo enamorado de la historia de amor que es París, de la posibilidad del encuentro sorpresivo en algún puente con la Maga que hay para mí.
Hoy continúo el viaje y parto de aquí, me llevo un par de botas gastadas por el incansable transitar en las Rues, el recuerdo de la cultura del mundo aglomerada en un palacio, sus techos vistos desde todas las alturas y la curvatura de sus calles, el altivo caminar de las mujeres parisinas enfundadas en abrigos negros, el olor de sus entrañas vencidas y descompuestas y el color verdoso de su máxima arteria yugular: el Sena.
Me llevo eso y más, pero todavía no se cuánto y qué dejo.
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