miércoles, 9 de julio de 2008

Mi falta de costumbre o llueve sobre mojado

El paraguas es un objeto con el que no he podido generar empatía, de hecho, es centro de enojos y rencores añejos. Desde la adolescencia, momento en mi vida que ya podía salir a la calle sin la compañía de alguno de mis padres, era necio a las advertencias del cielo (no me refiero a que tuviera alguna comunicación con este como los éxtasis divinos de Santa Teresa de Jesús o negara la contemplación infusa de la cual se nutría San Juan de la Cruz, a mí, nada más me daba para contemplar extasiado a una divina Teresa que no era muy santa).


Las recomendaciones de los meteorólogos o los nubarrones negros que amenazaban con una gran tormenta no me significaban gran cosa; y ya fuera por decidia, hueva o negligencia salía a la calle sin paraguas. Lo que sucedía de la casa a la calle y de la calle a la casa se lo pueden imaginar, pero lo que no se pueden imaginar es la retahíla de regaños de la cual era objeto por llegar empapado; es así como empezaba la temporada de lluvias.


Ya más entrado este período, procuraba salir a la calle con el mentado paraguas, pero por mi falta de costumbre a él no lo regresaba. Lo dejaba en el cine, en el coche de algún amigo, en alguna casa, en la escuela… vaya, lugares siempre hubo para mis donaciones. De regreso a casa, para no perder la costumbre, de nuevo la retahíla de regaños, ahora por perder el preciado objeto, joder.


Digamos que el paraguas me remite, por asociación, a un estado de frustración, encabronamiento e infelicidad. Este texto nace, como diría Freud, con un problema con la madre… sí, con la madre esa que hoy olvidé en casa. Fiel a mi costumbre de no tener costumbre de portarlo, este elemento añadió unas cuantas horas más de terapia y una rayita arriba al odio que de pronto genero por la humanidad.


Ahora quiero enumerar los elementos que se acumularon en esta historia para aderezar el evento:

  1. As usual salgo sin paraguas.
  2. Hoy no llevé coche a la oficina.
  3. No hay paraguas en la oficina.
  4. Tuve malos pensamientos hacia con mis semejantes y confieso que pequé de palabra, obra y omisión, por mi culpa, por mi culpa…
  5. No comí por atender varias citas.
  6. Una chica que me gusta tiene devaneos mentales rudos.
  7. Pipo, el gato, se comporta como perro.
  8. Ando desvelado por escribir en mi blog y leer y comentar el de los demás.
  9. Salgo tarde de trabajar.

Para ubicarlos geográficamente trabajo en Polanco, centro del movimiento: corporativo, de las casas de moda y del universo. A partir de cierta hora en la noche, como a eso de las diez, se vuelve un lugar inhóspito, y con lluvia es la Ínsula Firme; de hecho es imposible encontrar taxis, microbuses o ferrys para abandonarla.


Después de esperar un rato y ver que la lluvia no iba a cesar, me resigné a mojarme, no sin antes repasar en la mente los 9 puntos anteriores, generar bilis y mentadas de madre como para no sentir lo frío del agua, que por cierto aquí no llueve calientito como en Guadalajara.


Los primeros metros los corrí debajo de los pocos techos que había hasta que llegué a un trébol de puentes con un depósito de camiones recolectores de basura en su haber. Los puentes anegados de agua tan diáfana como alma de Secretario de Gobernación sirvieron de trampa mortal para mí, ya que un imbécil que iba seco y cómodo en su automóvil pasó en chinga y levantó tsunami tal que no hubo tiempo de vociferar cosa alguna, antes, durante y después del baño. Con los zapatos de gamuza (sólo a mí se me ocurre) ya de otro color y medio cuerpo empapado seguí mi camino hacia las avenidas donde por pura probabilidad y estadística tendría que pasar un transporte público. Mientras tanto la lluvia ácida que caía en mi cara de manera copiosa evitó que gastara dinero en el peeling o en la microdermoabrasión, ya que de otro modo me hubiera costado un ojo de la cara las sesiones, aquí nada más costó la caída de cabello, la absorción de metales pesados y otras cuantas linduras cancerígenas y mortales.


Volteaba para un lado y para otro, veía la calle sola sin que llegara un vehículo y como ironía de la vida o castigo divino (aclaro, castigo judeo-cristiano) la lluvia seguía en aumento. Varado y ya sin hacer mayor gesto esperé; de pronto, un microbús llegó a mí cual Arca de Noé, lo digo por el olor a zoológico que se cargaba y fui rescatado y llevado a tierra firme.


Ya en casa, como recordatorio del baño recibido, lo primero que veo es el paragüero nutrido de esas cosas objeto de mis malos sentimientos. Los observé y me dije: a la próxima, a la próxima…

12 comentarios:

DEVA dijo...

A la próxima tampoco lo llevarás, porque el paraguas es un lastre y es incómodo y luego, cuando se ha mojado escurre toda la lluvia ácida de la H.H.H. de la Ciudad de México. Me uno a tu movimiento!

Gilmar Ayala Meneses dijo...

Rafael, si, en lugar de "Paraguas" (el instrumento que sirve para el agua, mejor llevas "Sombrilla", para hacerle frente a los obscuros nubarrones... Jejeje.

Lilián dijo...

A ver, punto por punto:

Ayer le llevaba su paraguas prestado a mi "jefe" (jiji) y lo dejé en el taxi. Error garrafal. Me lo prestó el ÚNICO día que no llevé mi propia paraguas a la oficina.

Dos: ¡Claro que hay forma de salir de Polanco a las 10! Se llama metro y está en Horacio esquina Arquímedes.

Tres: Ya no me acuerdo, pero me obligaste a poustiar comentarios diario. Estás muy enfermo. Saludotes.

JORGE SOLANA AGUIRRE dijo...

Saludos!!!

www.jorgesolana.blogspot.com

Profana dijo...

jajajajaja, ahora si me hiciste reír un buen....

Yo también dejo paraguas a diestra y siniestra. No se, hay gente que luego ni se acuerda que trae mochilita, un paraguas, mucho menos.

No habia pensado las ventajas de la microdermoabrasión... habré de meditarlo!

La plática queda pendiente ehhh!

Jabuga dijo...

Ay...mójese mucho don Rafael, aunque sólo sea por hacernos disfrutar hasta los tuétanos leyendo sus relatos.

Después de leerle, a mi, como a Brassens, el buen tiempo me da asco.

Gilmar Ayala Meneses dijo...

Coincido con Jabuga.

Rafael Merino Isunza dijo...

Gracias Jabuga y Gilmar, me siento halagado y sonrojado por sus comentarios, seguiré en la misma tónica de escritura: a donde el clima me lleve…

Eric Uribares dijo...

yo NUNCA uso paraguas, me encantan las gabardinas para poder mojarme sin ton ni son

pk dijo...

odio mojarme

Unknown dijo...

Buen relato de los hechos. Yo también perdí al menos veinte paragüas en digamos otros tantos años. Sale a uno por temporada de lluvia. Menos mal que aquí no llueve en verano, de lo contrario serían cuarenta. No nos queda más remedio que aguantar siempre el chaparrón, el que cae del cielo y el de la madre, éste último por el motivo que sea.

La niña Fonema dijo...

Los paraguas a mí me aseguran un desastre: los olvido, o le pego a la gente con ellos, o por alguna razón en vez de guarecerme terminan mojándome... Como dice don abuelo, los paraguas y los novios se olvidan en una visita.
El nombre de tu blog, ¿tiene que ver con "El Kybalión" o alguna onda parecida? Hacía mucho que no escuchaba esos términos -el Todo, sobre todo, es inquietante-.
Suerte y paz.