En el camino de vuelta encontré a un lado de una foto en blanco y negro de mi papá, vestido como cadete de la Escuela Naval, el programa de los festejos de los 45 años tras haber ingresado a la HENM (Heroica Escuela Naval Militar) a los cuales ya no pudo asistir pues se encontraba muy enfermo. La foto va para un cajón y el programa a un folder.
Continuaba con la depuración y surgían de distintos sobres actas, y actas y muchas actas; en originales, en fotocopias, actas de: nacimiento en Tlaxcala, de matrimonio en Guadalajara, de defunción en el Distrito Federal… Somera descripción de la vida de todo ser humano en tres actas y actos.
Sigo avanzando cada vez más rápido y ahora me encuentro con la época universitaria, al abrir el directorio de los compañeros de la emblemática generación del 68 de la ESIME del IPN. Mi papá estudiaba el último semestre de la carrera cuando ocurre la matanza de estudiantes en 1968 y de la cual se salvó porque un amigo no pasó por él para ir a la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Se tituló como Ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica muchos años después, el 30 de abril de 1987; mi mamá, mi hermana y yo estuvimos ahí.
Navego conforme los papeles me llevan y me topo con documentos de hospital que datan de cuando nacimos mis hermanas y yo, intercalados con cartas de felicitaciones por las promociones alcanzadas por mi padre dentro de Teléfonos de México, empresa a la que dedicó su vida profesional.
Entro en un torbellino y de pronto la historia se va mucho más atrás y como en fractal aparecen credenciales, documentos de las empresas donde laboró, gastos funerarios, invitaciones de su bautizo y actas de nacimiento de: mi abuelo, el padre de mi padre. Contemplo la reconstrucción de otra vida por medio de sus papeles.
Regreso del pasado lejano a uno más cercano para poner en orden los registros del Seguro Social, -ahí aparecemos todos dados de alta en la institución, con nuestros respectivos carnets y fotografías-, los del Registro Federal de Contribuyentes, los recibos de la pensión y como siempre, los insalvables pagos del Impuesto sobre la Renta; te puedes salvar de todo menos de los impuestos, ni la muerte es, quizá, tan implacable como la Secretaría de Hacienda.
Después de cruzar por aquellos terrenos tenebrosos de los impuestos, ahora se aglutinan los papeles que validan la propiedad de ciertas posesiones materiales: autos, muebles, aparatos electrodomésticos, etc. En paquetes grandes se presentan recibos de pago, vestigios de los distintos lugares donde hemos habitado, del club Deportivo de la Armada de México donde hacíamos deporte y de colegiaturas que reiteran la inversión hecha a mis hermanas y a mí.
Después del largo viaje por las distintas islas de las vivencias, llegué a la penúltima isla antes de atracar en puerto fijo, esta me tenía preparada una prueba donde me mostraría que las cosas no se quedan atrás y que para superarlas únicamente hay un camino: afrontarlas. Ese fue el día más difícil de toda esta jornada, los archivos médicos eran lo siguiente a limpiar. Todo ese día recreé los últimos meses de vida de mi padre. Al volver al hospital en la mente, las sensaciones se volvían vívidas. Mi padre ingresaba y era dado de alta en cada una de las distintas ocasiones que lo hizo, hasta llegar al último ingreso del que ya no salió con vida. Terminé con un sofoco y las recetas, diagnósticos y análisis partieron de aquí junto con su energía estancada y corrupta.
Ya viendo por fin, cada vez más cerca, la tierra prometida, en mi último día embarcado en esta proeza, encontré los itinerarios de viajes por el mundo que mi papá realizó en barco gracias a la Armada de México. A la par aparecieron manuales con detalles sobre el tráfico de llamadas telefónicas previstas por las centrales de Ericsson, todo esto del periodo de cuando estuvo viviendo en Estocolmo -esto sirvió para que él después realizara en México el cambió de las centrales telefónicas manejadas por operadoras por las centrales automáticas-. Cansado física, mental y emocionalmente, guardo el último folder en el archivero y tiro lo caduco en cajas para así terminar este viaje de reencuentro con la semilla y seguir con otro viaje –el mío- que navega en el presente.
P.D. Ahora voy a depurar mi archivo para –en la medida de lo posible- adelantarles la tarea a los que se van a quedar después de que me vaya.
4 comentarios:
buen post, deberías repasarlo sin las limitaciones de un post, podría ser una novela personalísima.
algo en el tono narrativo, no en la temática, me recordó Todas las almas, de Marías.
abrazo
De acuerdo con D.I.
Muy buen post. Muchos huevos para hacer ese repaso en papel. Yo, cobardemente, suelo quemarlos.
Tus palabras me hicieron recordar tantos momentos que pasé al lado de tu papá que al inicio de nuestra amistad me trataba como un hijo.
Concluyo que todos esos momentos memorables que pasamos, todas esas disertaciones en que componíamos y destruíamos el universo, no dejaron rastro documental. Solo queda la evocación de mi memoria.
No será necesario el cesto de basura. Cuando yo muera terminarán también estos grandes recuerdos.
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