A ti, invariablemente
El llegó a su casa. Llevaba cargando una docena de rosas rojas en los brazos. La buscó en las distintas habitaciones; no la vio. Fue al hall y tomó un florero que llevó a la cocina para ponerle agua. Desamarró las rosas y las acomodó dentro del florero. Regresó al salón y sobre la mesa de madera clara depositó el florero con las rosas. Volteó al suelo y vio tirada la camisa azul que él le regaló a ella en su aniversario de compromiso.
Impávido se acerca a la prenda; la toca. Cierra los ojos, se levanta y corre a la habitación principal. Abre el closet y lo ve vacío de las cosas de ella…
Hoy las flores siguen sobre la mesa de madera clara; secas. El teléfono ha estado sonando insistentemente. Ya no existe quien conteste, tampoco un destinatario que disfrute de las rosas.
3 comentarios:
Qué gusto leerte de nuevo. Extrañaba esas épocas de mails con historias de viajes e historias y punto.
A pesar de la melancolía que la impregna, esta historia estâ muy redonda.
Tus fotos también están muy interesantes; algunas son fragmentos del México que me hace tanta falta.
Saludos,
Laura
¿A la misma de siempre? Suena a cansancio. Mejor un masaje para que suene... "A la relajada de siempre". Abrazo, Rafael.
Así es Gilmar hay desencanto y cansancio pero también hay en la memoria buenos recuerdos. Dándole ese masaje que aconsejas, procurando no caer en eufemismos y ampliando el espectro, cambio la dedicatoria por: A ti, invariablemente.
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