sábado, 5 de septiembre de 2009

La generación deshabilitada

La conciencia llega en los momentos y lugares menos esperados. El reencuentro con amigos y compañeros de secundaria para festejar el cumpleaños número 33 de uno de ellos, fue la ocasión. Del inicial gusto visceral que tuve por conocer que había sido de su vida, lo fui transformando, al transcurrir de la noche, en una acuciosa observación de quienes somos ahora todos nosotros.

La reflexión como un trabajo que he practicado constantemente, posibilitó el darme cuenta de una serie de condiciones –y condicionantes- que estamos viviendo los que nos encontramos circunscritos en la generación de los nacidos entre 1971 a 1981, mejor conocida como la Generación X.


Después de entrar a la fiesta, encontrarme con los viejos amigos y abrazarnos, iniciamos una charla que tenía un sabor agridulce por recurrir a la memoria nostálgica, por buscarnos de nuevo en el “Paraíso Perdido” y caer en el cliché de ancianos -que para nosotros es una realidad-: “ese tiempo pasado fue mejor”.


Avanzó la plática y con ella los años; fuimos ¿creciendo? en el tiempo de las palabras (y creo que nada más ahí). Nos estacionamos en este presente que sacó a flote la corrupción de nuestros cuerpos por las enfermedades de moda: el estrés y la depresión en sus distintas modalidades.


En el aire existía una violencia implícita, sutil, sin ninguna dirección en específico. La sensación de una extraña paranoia por persecución (de sí mismos) hacía que el contacto con los amigos fuera disperso; en algunas ocasiones cuando ya empezábamos a profundizar en algo o por fin se asentaban, de inmediato un mecanismo de alarma se detonaba y ellos encontraban la manera de romper eso que les empezaba a ser incomodo buscando de inmediato moverse de ahí; claro síntoma de una inevitable evasión (también de sí mismos).


El terrible alarido del diálogo interno de los convidados era el mayor ruido en la fiesta. El reclamo y el juicio hacia lo inconcluso, lo no logrado, los sueños truncos e imposibilitados, no podían ser adormecidos por el alcohol o la mariguana. Se tenía que cambiar de sitio y de personas para marear al subconsciente y reencaminarlo. En la conversación se buscaban decir cosas que lo pusieran fuera de foco y entretenerlo con ese juguete nuevo que no le duraría mucho tiempo, ya que una vez concluido el juego, se tendría que repetir la operación anterior el número de veces necesarias, hasta que el único recurso que pudiera acallarlo sólo se podría encontrar al huir de la reunión para no sentirse expuestos en frustraciones y así evitar ver, escuchar o decir algo, que ya para ese momento de la noche fuera, insoportable.


La gente se empezó a ir temprano de la fiesta. Cada vez quedábamos menos y el tema en boca siempre tenía como elemento principal una imposibilidad abrumadora casi infranqueable o un estado de insatisfacción a pesar de estar haciendo cosas que habían sido elegidas de manera consciente y que supondrían como consecuencia: felicidad.


Éramos pocos y todos muy solos, sin el carácter de individuos. Ínsulas que sólo podían observarse el ombligo y no por una cuestión egoísta o de interiorización. Simplemente porque era el lugar más cercano que el campo visual encontraba menos doloroso. Todo el demás entorno era sumamente inhóspito y se sabía de las cosas que existían allí y que preferían no encontrarse.


Es intrigante como hace dos mil años se podía llegar a culminar grandiosamente una vida a los 33 años y ahora, seguimos a la espera de que abran la posibilidad de iniciar una vida real. Me despedí de los pocos que aún quedaban y me fui de la fiesta más sobrio de lo que llegué…


Fin de la primera parte

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que todas las generaciones suponen una transición, pero la nuestra tiene un caracter bien marcado. Venimos de una generación que a duras penas consiguió alcanzar un bienestar relativo, pero que para ellos fue suficiente y no se cuestionaron otra cosa que tener hijos, un coche y una casa. Creo que no se cuestionaron antes como ahora la cuestión de la felicidad. A nuestra generación le pasa algo parecido, salvo que no nos reportan nada esa casa, ese coche, esos hijos, salvo ansiedad y sensación de vacío y nos cuestionamos constantemente la presencia o ausencia de esa felicidad.
Hay tanto que escribir y contar...

fonema desde muy lejos dijo...

Pero, ¿no se estará llevando el cuestionamiento al exceso? Los extremos se tocan, y esta crisis generacional termina por parecerse mucho a la mediocridad que tanto criticamos en la generación anterior.

Ginísima Persona dijo...

Lo único que tengo que decir por ahora es: no es paranoia de persecusión, es manía persecutoria. Clásica en la paranoia.