miércoles, 9 de septiembre de 2009

La generación deshabilitada 2

Me quedó girando en la mente todo lo que acababa de ver y oír; de momento me era difícil entender como una generación con tan diversos componentes vivía la vida y actuaba de una manera tan homogénea.


En una pronta conversación con una amiga que es psicóloga, le expuse como había vivido lo anterior; ella después de escucharme me dijo, lúcida y contundente, que había elementos que sucedían de manera contextual y que funcionaban como marcas sociales y culturales; estos elementos afectaban a todas las generaciones de distinta manera dependiendo de los soportes previamente adquiridos.


En ese momento todo parecía esclarecerse súbitamente. Eché un brinco al pasado, a la primera mitad de los años ochentas, buscando esos momentos que marcaron a mí generación. El primero que llegó fue el terremoto de 1985, esa experiencia nos dejó claro que no existía nada sólido y permanente. No había protección ninguna por parte de la ley y el gobierno, estábamos vulnerables a perecer a causa de la corrupción existente entre: constructoras, gobierno, ingenieros, arquitectos y proveedores de malos materiales.


Estos subyacentes malos manejos emanaron de entre el hormigón hecho polvo y las varillas retorcidas con el movimiento de 8.1 grados en la escala de Richter esa mañana del 19 de septiembre. Las casas, lugares de resguardo, ya no eran capaces de dar esa condición y el Estado, además de corrupto, fue incapaz de responder eficientemente ante tal desgracia. En ese momento quedaba claro que estábamos por nuestra cuenta y la única manera de sobrevivir era funcionando como una sociedad civil organizada, situación a la que el Estado mexicano pudo responder eficientemente al desarticular la solidaridad espontánea entre iguales que instintivamente surgía y por consiguiente abolirla.


Rondando por la misma época, hay otra marca que permeó particularmente el pensamiento de todos aquellos que teníamos entre 6 y 16 años. En las mañanas, antes de ir a la escuela, aparecían en los noticieros los buenos-malos y los malos-malos que poseían armas nucleares. Las potencias hegemónicas de la época (USA vs. URSS) en plena Guerra Fría soltaban bravatas y hacían demostraciones de poder en los medios de comunicación, amenazando la existencia de la humanidad por querer salvaguardarla de las malas influencias Imperialistas o Comunistas; paradojas absurdas e irónicas de las que fuimos testigos en la infancia.


De camino a la escuela, ese mensaje mañanero se convertía en la aterradora sensación de miedo al imaginar que algún gobernante loco, en un arrebato de furia, destruyera toda clase de vida e infraestructura existente. El estómago se terminaba de angustiar al pensar en sobrevivir a las bombas y quedar expuesto al invierno nuclear, viviendo en la devastación total; y ya ni que decir de la Guerra de las Galaxias (SDI Strategic Defense Initiative), la destrucción del cielo y la tierra en simultáneo, ya no queda lugar a donde escapar.


Reforzando esos temas, los anglo-americanos (como acertadamente los llamó Humboldt) nos exponían a una salvaje campaña invasiva de imposición cultural por medio del cine, en la que el discurso preponderante versaba sobre cuestiones apocalípticas.


Un ejemplo evidente es la película Terminator, paradigmática a mi forma de ver. Sarah Connor va a ser madre de John Connor, líder insurgente del futuro que derrotará a los Cyborgs que se apoderaron del planeta después de haber desatado el Holocausto Nuclear en el año de 1997; por ello mandan al presente de 1984 a un hombre -que será el padre de John-, para protegerla y a un Terminator para destruirla. Transcurrida una hora y cuarenta minutos de acción y balazos, al final de la película Sarah aparece embarazada, manejando un Jeep en algún lugar desértico del norte de México y se detiene en una estación a cargar gasolina. Un niño llega con una cámara polaroid y le saca una foto que de inmediato le vende, este observa al horizonte y le dice que se acerca una tormenta. Ella contesta afirmativamente hablando en dos sentidos; la toma final es una panorámica que muestra una carretera como único camino y en sentido a la tormenta.


Este final desolador se suma a nuestro imaginario colectivo con una frase contundente de la secuela de esta película del año 1991, donde Sarah Connor graba con un cuchillo en una mesa de madera “No Fate” No hay destino. Qué en ese contexto tiene un único significado y es de fatalidad.


Fin de la segunda parte

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Fate: 1. hado. 2. sino. 3. azar. 4. destino. 5. fatalidad del destino. 6. suerte.

Tons aquí yo puedo decir que afortunadamente yo de chiquita vi Heidi y aprendí que todo es muy hermoso si lo sabes ver.

(La historia está hecha de individuos.)

Leila Sand dijo...

Tal vez sólo haya un camino y además nos guste complicar nuestra existencia.

Qué bonito lo que has escrito, me ha hecho dar vueltas a mi loca cabecita.

Deseo que hayas tenido un bonito verano.

Un caluroso (40º) abrazo desde Sevilla

Ginísima Persona dijo...

Mmm, solo un favorcito: no me definas como parte de la generación del 71 al 81. Yo nací en el 76, al igual que muchos de mis amigos, pero no me parezco a la descripción que haces, ni tengo un sentimiento de fatalidad a cada momento de mi vida.

Tu amiga psicóloga tiene razón: hay elementos que en contexto funcionan como marcas sociales y culturales, sí afectan a las generaciones, PERO dependen de los soportes previamente adquiridos. Yo espero que tu amiga se haya referido a los individuos, no a la masa. Cada quien tiene soportes diferentes: sociales, culturales, fisiológicos y psicológicos.

Es posible que siempre recordemos el temblor del 85 por todo lo que abarcó, pero a nivel personal se tienen diferentes reacciones y perspectivas. Ahora, no es privativo de una generación, sino de varias: un acontecimiento horrible que hizo que algunas de nuestras conductas cambiaran. Y yo no creo que toda una generación haya sentido un peligro inminente por este acontecimiento o el abandono gubernamental: ese lo tenemos desde siempre, es más, lo heredamos.

Más aún, no creo que ocupara nuestro tiempo ni imaginación el miedo por las bombas nucleares… yo tenía 14 años cuando la guerra del Golfo y solo uno de mis compañeros notó que ese día íbamos a hacer nuestro primer examen (creo que era el de biología) en guerra. Y todos estábamos más preocupados por pasar biología que por la bomba atómica, en serio. Ahora, crecimos en pleno desarrollo de la tecnología que estaba fuera de borda y despertó la imaginación de muchos ¿qué pasa si las máquinas son más inteligentes que nosotros, puesto que estamos apostando a que sean eso: inteligentes? De ahí Terminator. Apocalíptico, sí, mas la frase que todos recordamos es “I’ll be back” y no “There’s no fate”.

Simplemente creo que ninguna de las entregas me define, tampoco define mis encuentros con mis contemporáneos: verdaderamente los soportes son diferentes.