domingo, 7 de septiembre de 2008

Los medios y el miedo

I
De lo que alcancé a ver

En un afán sociológico de último minuto, acepté la invitación para ir a la Marcha por la Seguridad. Preparé el outfit correspondiente: camisa blanca, jeans, zapatos de piso cómodos y una chamarra impermeable. Ya listo, salí con rumbo al Ángel de la Independencia. De camino, y no muy lejos de llegar a la cita -en la colonia Cuauhtémoc- observé que las calles estaban saturadas de automóviles y de gente con el look para la ocasión.

Llegué a las 6 de la tarde al Ángel; me encontré con el amigo que me invitó y con una leve llovizna que amenazaba con transformarse en tormenta. Alrededor del lugar había ambulancias, televisoras, carpas y vendedores con los artículos necesarios para una buena marcha: veladoras, impermeables de plástico, playeras y banderas con mensajes alusivos al evento, merengues, cacahuates, chicles y refrescos en promoción de 3 por 10 pesos auspiciados por Squirt.

Comenzamos a caminar; durante una buena parte del trayecto avanzó a mi lado izquierdo Claudio X. González, Presidente de Fundación Televisa, que formaba parte de un conglomerado de empresarios, comerciantes e industriales, todos ellos acompañados por sus familiares. Había también gente de medios de comunicación, como Paola Rojas, desperdigada a lo largo del Paseo de la Reforma, e incluso celebridades extranjeras… Bueno, kind of: una mujer muy parecida a Sarah Jessica Parker, pero con cara de anorgasmia.

La gente, con tímida indignación, gritaba consignas que mostraban su falta de experiencia: “¡Si no pueden renuncien!” “¡Queremos seguridad!” “¡México!”… y algunas otras frases ya muy hechas. Vaya, no se les podía pedir más: no son profesionales de las marchas.

Dos horas y media de trayecto después, a los 8:30 p.m., pudimos llegar, sobre Madero, a una cuadra aledaña al Zócalo. Las luces del centro se apagaban y las velas se prendían; en algún negocio las televisiones encendidas transmitían la marcha en vivo. Una ola de “shhhh” llegó desde adelante para que nos calláramos y entonáramos el himno. Se cantó, se aplaudió y la gente comenzó a dispersarse. Movidos quizá por el mismo afán sociológico que me llevó al evento, apoyado por el impulso de ver qué había sucedido, los rezagados caminamos a contracorriente, intentando entrar a la Plaza Mayor, pero treinta metros antes de llegar fue imposible continuar avanzando. La gente depositaba las velas encendidas en las banquetas para formar largas hileras que aluzaban breves tramos de la calle y se iba. Mi amigo y yo decidimos también salir de allí y terminar la jornada cenando en el restaurante de El Palacio que está sobre Madero para ver cómo el Atlante le quitaba lo invicto al San Luis con un raquítico gol y noventa soporíferos minutos de pésimo futbol.


II
De lo que no se vio y estuvo ahí

Solamente tocaré dos puntos: los medios y el miedo; mis amigos El Rufián y María Luna abordaron de manera muy inteligente el tema de la Marcha desde otras aristas, yo ahora tomo la mía.

En esta marcha salió ese México subyacente, ese México que no se ve al menos de manera masiva: el México de la Gente Bonita. Fue un evento digno de la primera plana y sus ocho columnas, de ser mencionado en la televisión de manera indiscriminada, en tiempos de aire triple A, en noticieros y programas de espectáculos por igual, antes, durante y después de su realización.

Esta marcha tuvo publicidad masiva y “gratuita” a pasto. Una mención comercial en un programa con un alto rating es muy cara, lo cual implica que la difusión para el gran espectáculo del sábado significó cantidades millonarias invertidas por parte de los medios y, claro, si hay inversión lo primero que esperan quienes la hacen es recuperarla y después recibir las ganancias.

Lo medios emplearon toda la parafernalia a su disposición para la “producción” de la marcha. La infraestructura en fierros estuvo representada por: UCRs (Unidades de Control Remoto) plantas de luz, microondas, decenas de cámaras de video de televisoras nacionales e internacionales, cámaras de fotografía y grabadoras de la prensa y radio, templetes de Tv Azteca tapizados con el logo correspondiente para que los periodistas tuvieran la mejor gráfica, helicópteros y enlaces con las otras marchas que se efectuaban de manera simultánea en el resto del país. Toda la carne al asador en muy poco tiempo; eso hay que señalarlo: la logística y la capacidad de organización fueron “excelsas” en todo momento.

Cierto es que de manera consciente no hubo ningún acarreado como se acostumbra en casi cualquier marcha, pero el peso de la manipulación subliminal dirigido a activar botones particularmente sensibles en el mexicano -como la culpa y el chantaje emocional-, echaron a andar los mecanismos necesarios para que esa “no masa” se volcara a las calles a expresar una demanda justa permeada por los intereses corporativos del Cuarto Poder.

El alcance de los medios y sus mecanismos “sutiles” para implantar ideas de un deber ser están más que comprobados y una vez más surtieron efecto en una concurrencia de clase media y alta en su mayoría, aunque por ser éste un país plural también aparecieron invitadas las clases bajas.

Pero, ¿qué era lo que realmente hermanaba a más de un millón de de individuos que marchaban palmo a palmo y uniformados de blanco? Nada; en realidad, el único factor común era el miedo. La marcha estaba integrada por gente de todas las edades y preferencias sexuales enfocadas exclusivamente en su ombligo; cada quien iba manifestando su dolor, cada quien iba exigiendo su seguridad, cada quien iba pensando en no querer ser afectado en su persona y en sus bienes, pero nadie se ocupaba de la necesidad del de a un lado, nadie pensaba en la seguridad de la comunidad. La gente iba pidiendo respuesta a una necesidad individual manifestada en grupo, sin pensar realmente en grupo. Tanta gente sin cohesión sólo sirve para relatar la anécdota de una marcha “pulcra” en todos los sentidos.

La masa nunca se responsabilizó de lo que estaba haciendo, lo más que hizo fue gritar tibiamente a Ebrard y a Calderón para que cumplieran sus exigencias. Si no pueden renuncien, clamaron, pero ante eso caben ciertas interrogantes: ¿si no puede qué?, ¿que renuncie quién? Otra vez palabras al aire y generalizaciones sin tomar responsabilidad alguna. Lo cierto es que el tejido social de este país está corrupto: quisiera saber cuántos de los que fueron a la marcha son rectos y no propician, en alguna medida, aquello de lo que se quejan, es decir, no dan mordidas, no sacan ventajas de la ignorancia de la gente, pagan sus impuestos como marca la ley, tienen actividades comunitarias con trascendencia para el desarrollo social, respetan el orden público, etc. El objetivo de la marcha era exigir, pero, ¿qué es lo que se está dispuesto a dar?

Vivimos en un país con una sociedad atomizada, polarizada por intereses personales y no de grupo, fragmentada por la falta de instituciones sociales, políticas y religiosas capaces de generar un respeto y una autoridad legítima. Lo que nos quedó claro el sábado fue que aún se vive con el miedo mezquino que condujo a una gran parte de la población a conformar el voto duro del PAN, no por una convicción política con fundamentos sólidos, sino como una forma de conservar sus prebendas y no arriesgar sus beneficios, lo cual generó una considerable tensión en los ya de por sí frágiles hilos que sostienen la “estabilidad nacional”.

Reza el dicho: a río revuelto, ganancia de pescadores; en esta mélange de intereses creados y melodrama televisivo que usa como bandera una demanda –justificada- de seguridad y el dolor crudo de quien ha sido víctima de la delincuencia, priva la opinión teledirigida, en vez de una reflexión sobre las causas profundas de las cosas.

He de reconocer que fue un Gran Show profiláctico, tanto que hasta el You Tube estuvo presente con cabinas para no perder testimonio del evento del año.

III
De lo que viene

Nada nuevo, sólo incertidumbre a causa de la incompetencia mostrada por el poder ejecutivo.

Carlos Loret de Mola, escribió el 2 de septiembre de 2008 en su columna de la sección de Opinión del Universal (“Historias de un reportero”) un artículo titulado “El Presidente ya no se nota”: “La imagen del mandatario con un cabestrillo sosteniéndole el brazo izquierdo es un logotipo involuntario del estado actual de cosas: con tal de que no le duela la fractura, ya no se mueve.” y “…según las encuestas, los dos principales problemas que percibe la población son, en ese orden, carestía e inseguridad. Calderón no puede con ellos. Lo rebasan.”

Después de un niño Martí secuestrado y asesinado, símbolo mediático de los otros cientos de mexicanos por ahora desconocidos y que se encuentran privados de la libertad, ¿qué esperanza real tienen ellos de que el sistema de gobierno haga la labor que tiene encomendada y por ende sean liberados? Después de los doce decapitados en Yucatán, ¿qué cabeza falta por cortar para que realmente comiencen las acciones en contra de la delincuencia? ¿La de Felipe Calderón…?